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Repercusión del duelo no elaborado en los procesos de mentalización en la vida adulta


El duelo es un proceso normal que viene luego de la experiencia de pérdida de personas y/o situaciones significativas para los sujetos, desde el psicoanálisis el duelo se refiere a cualquier tipo de pérdida de un sujeto, ya sea el término de una relación o un desempleo, por ejemplo. En este contexto, cuando el duelo no puede ser elaborado, las personas comienzan a tener diversas dificultades en su vida cotidiana, y estas dificultades refieren a la poca modulación, expresión y comprensión de sus propios afectos, perjudicando su desarrollo emocional.


El presente articulo, ofrece una mirada teórica respecto a posibles conflictos que se producen a partir de la no elaboración del duelo a través de la exposición de un caso clínico y las implicaciones que éste proceso no resuelto ha tenido en el desarrollo emocional de un adulto.


El caso clínico que nos permitirá entender, las repercusión de un duelo no elaborado

es la paciente H (57 años), hija única, casada sin hijos, que se desempeña como secretaria, ella consulta por:

“Yo vine en realidad por un tema puntual, tengo un estrés laboral y se me ha escapado de las manos manejarlo en realidad entonces que pasa termino con esta parte tensa se me olvidan algunas cosas por el hecho de tener la mente, así como tan abombá de repente no es dolor de cabeza ya gracias a dios no tengo dolor de cabeza, pero me gustaría más manejar esta parte del estrés”

Si bien el motivo de consulta manifiesto no refiere ninguna perdida, ni duelo aparente, en el trascurso de las sesiones esta relata a ver perdido a su padre a los 4 años debido a un cáncer y a su madre a los 17 años por el mismo motivo, esta última muerte la describe como “de la noche a la mañana”, ya que como siempre lo hacia ella, se durmió a su lado y al despertar su mamá ya estaba muerta, este hecho la acompaña hasta hoy, como señala Cagnoni y Milanese (2010), todas las muertes se viven como injustas, pero aquellas repentinas y evidentemente traumáticas lo son aún más.


La muerte como menciona Dolto (1985) no es un acontecimiento que debamos vivir, y de hecho no lo viviremos nunca, ya que no es un proceso que se viva, pero si podemos experimentar la muerte de una persona significativa, situación que causa afectos hostiles y dolorosos para las personas, los cuales deben ser elaborados de manera adecuada a través del proceso de duelo, que, tal como plantea García (2015), es un proceso de experiencia normal en la vida de las personas, pues existe la necesidad de elaboración del suceso de pérdida. Sin embargo, cuando el duelo no es elaborado de manera oportuna, se producen diversos problemas en los sujetos para poder comprender sus propios estados afectivos, acarreando múltiples dificultades en su mundo interno y externo.


El duelo no elaborado a partir de un caso clínico


Cuando el proceso de duelo no es elaborado, como en el caso expuesto, donde la señora H expresa aun el sufrimiento de la pérdida de su madre, tras 40 años de su fallecimiento, relatando que es una “pena del alma y una cruz en la espalda” tiñe las relaciones sociales, ya que este sufrimiento interno es de larga data, dejándola frágil ante ciertas situaciones, como es el caso de la relación con su marido, al cual le “aguanta” todo, Freud (1930) plantea que el sufrimiento que más doloroso es para el sujeto es la pérdida del vínculo con otra persona, lo que se relaciona directamente con el fallecimiento de una persona significativa y el sufrimiento que resulta de ello, y es por este motivo que “aguanta” todo a su marido, para no enfrentarse al sufrimiento que implica la pérdida.

El dolor causado por la pérdida de una persona significativa no se pierde, sino que queda encapsulado como mencionan, de esta manera la señora H expresa que está afectada por la muerte de los padres y “eso me lo llevare a la tumba”, el dolor queda enterrado en la mente, pero resurge de formas inesperadas, y en el caso de la señora H se manifiesta a partir de sus patrones relaciones, donde esta predispuesta a que la dañen, producto al sentimiento de culpa generado por la pérdida de quien más ha querido, y ante tanto sufrimiento y tan prolongado, como menciona Tizón (2004) oscila entre atesorar los recuerdos acerca de lo perdido o bien olvidarse de ellos, con el “dejar de pensar”, disociarlos.


Como señala Ávila (1990) la ansiedad que despierta el sentimiento de perder a la madre provoca una fuerte identificación con ella ya sea reparatoria e inhibitoria de los sentimientos agresivos, de esta forma el Yo pone en juego las defensas maníacas, principalmente la negación, idealización, disociación y control omnipotente de los objetos externos e internos, esto entendido desde Klein, por tanto si ve frustradas las posibilidades de instalar el objeto “bueno” en el interior de sí mismo nunca se sentirá segura del amor recibido, quedando en disposición de volver a la posición depresiva, a los sentimientos de dolor, culpa y a la falta de autoestima, característicos de la señora H, es decir el mal manejo de las perdidas, altera el funcionamiento normal, ya que implica la perdida de algo valioso, llegando a utilizar la idealización de lo que se perdió y de este modo disminuye el sentimiento de culpa que provoca la pérdida de su madre y como se inunda de culpa tiene dificultad para valorizar aspectos positivos por sobre los negativos del objeto que perdió constituyéndose un duelo “patológico”.


El duelo neurótico, un duelo excesivamente consiente de carácter inconsciente


Kernberg distingue el duelo neurótico, que consiste en un duelo excesivo consciente, culpa inconsciente, idealización del objeto perdido, autodesvalorización como expresión de la culpa, de lo cual la paciente H es un claro ejemplo, ya que ella aun sufre la perdida de sus padres relatando que “me hubiese encantado que ellos hubiesen estado, eso si todavía como que eso siempre me ha faltado”, existe una culpa inconsciente por el fallecimiento de su madre en la cual relata “dormí como nunca, no sentí nada y cuando desperté ya estaba muerta” o “fue tan corto el tiempo, si lo hubiese disfrutado más tiempo a lo mejor sería otra la figura” existiendo una idealización del objeto amado “si estuvieran vivos me entregarían cariño… no es lo mismo el amor de padres que el de marido” además de presentar sentimientos de inferioridad e inseguridad, “ellas son como perfectas y ellas lo hacen todo bien y yo soy la tonta que me equivoco siempre”.


Como bien es sabido la persona que se enfrenta a un duelo siente pena por la pérdida real de la persona amada, según lo expuesto por Klein (1940) la pena es vivida de manera más intensa por las fantasías inconscientes de haber perdido los objetos buenos internalizados en el desarrollo temprano junto con la persona amada, de esta forma el mundo interno parece desgarrarse predominando los objetos internos malos, por tanto se reactiva la posición depresiva temprana reavivándose en las capas mentales más profundas los temores de persecución.


Es por esto que Klein (1940) insiste en que cada duelo reaviva la ambivalencia con respecto al objeto primero, y esto hace que el duelo se vuelva más largo y doloroso, afectando en este caso a la señora H en el ámbito cognitivo, en los afectos, en los pensamientos intrusivos y en la carga emocional general, los cuales interfieren en los procesos de pensamiento, ya que las desarmonías emocionales y la reserva personal invaden y desvían la atención, concentración y el rendimiento, presentándose su actual problemática lo que conlleva a cometer más errores en el trabajo dejándola expuesta a críticas, lo que desencadenaría la sintomatología depresiva.


Las repercusiones del duelo en los procesos de mentalización en la vida adulta


En cuanto a las repercusiones de la no elaboración del duelo, encontramos poca modulación, expresión y comprensión de sus propios afectos, perjudicando su desarrollo emocional, por ello es importante comprender que la personalidad adulta se visualiza como producto de la interacción del individuo con figuras significativas durante su niñez, particularmente, con sus figuras de apego.


La perturbación en los vínculos afectivos tempranos, según Fonagy (2011), debilita las funciones vitales para el desarrollo social normal, como la mentalización, entendiéndola como la capacidad de significar la experiencia de uno mismo y de los otros en términos de estados subjetivos y procesos mentales, como refiere Pena (2015) mientras que las relaciones de apego seguro facilitan esta capacidad de mentalizar. Esta perturbación en los vínculos afectivos tempranos altera los patrones de apego, y debilita las funciones vitales para el desarrollo social normal de la señora H, teniendo una incapacidad de significar la experiencia de sí misma y de los otros en términos de estados subjetivos y procesos mentales, por tanto, configura un estilo de apego inseguro debido que presenta vivencias continuadas de soledad producto a perdidas reales.


Por tanto, el duelo entendido como la pérdida del vínculo con otra persona, para la señora H representa un hecho traumático como indica Mc. Adams (1988), el trauma es desconcertante, y como señala Fonagy y Target (2011), los adultos con historias de traumas en el apego suelen presentar una falla adquirida de la capacidad de concebir cómo piensan o sienten las personas, lo que conocemos como “fracaso en la mentalización”.


Las consecuencias en la integridad psicológica que puede generar el trauma de apego debido a la pérdida del vínculo primario según Fonagy son la devastación de la función psíquica que el trauma en el apego deja a su paso, lo que afecta la capacidad de hacer frente a todas las vicisitudes comunes de la vida mental, como los conflictos inconscientes relacionados con la agresión, deseos edípicos y mecanismos defensivos, además de conflictos en relación con objetos ambivalentemente.


Si nos enfocamos en el periodo anterior a la perdida real del vínculo primario en el caso de la paciente H, cuando pequeña es forzada a internalizar al otro no como un objeto interno sino como una parte central de su self, y si el cuidador no contiene las ansiedades de ella, como explica Fonagy y Target (2011), para metabolizarlas y reflejar así el estado del self, ésta, más que ir construyendo gradualmente una representación de sus estados internos por medio del reflejo e identificación proyectiva normal, es obligada a acomodar el objeto, como un ser ajeno dentro de la representación de su propio self y debido a la ausencia de una fuerte capacidad de mentalizar como indica Fonagy y Target (2011), es probable que claramente se revele la fragmentación subyacente de la estructura del self, por tanto en el caso de sujetos traumatizados las introyecciones están teñidas por el contexto traumático en que ocurrieron, finalmente lo que es internalizado como parte del self es un cuidador con intenciones aterradoras, como en el caso de la señora H, ya que la mamá era muy estricta y frente a conductas agresivas de su hija no daba paso a la reparación sino al castigo, con un sistema disciplinario de crianza coartivo de la expresión emocional de afecto e ideas, aprendiendo de este modo a suprimir sus propias necesidades.


Lo anterior provoca una imagen insatisfactoria de su niñez, y esta constante insatisfacción, ya sea real o psíquica la convierte en una persona que no solo busca la confirmación de que es querida, sino además cree ser ineficaz socialmente e incapaz de hacerse querer, por lo que muestra un temor al posible abandono o rechazo, este estado de tensión y sufrimiento es de larga data ya que hay una sobrecarga habitual, donde ha terminado adoptándose, por lo que el malestar ya es crónico y difícil de modificar, y la paciente está expuesta a desorganizarse ante situaciones complejas.


Como las figuras significativas de la señora H no actuaron como un continente capaz de contenerla y devolverle elementos betas, para ella ser capaz de mediatizar sus emociones y poder concebir la de los demás, mediante la identificación proyectiva las partes persecutorias son experimentadas como “afuera”, lo que explica que la paciente piense todo el tiempo en que la están evaluando o hablando mal de ella con los jefes. Por ello, es esencial que las experiencias ajenas sean poseídas por otra mente como señala Fonagy y Target (2011), y de esta forma otra mente tome el control de las partes intolerables del self, que finalmente están dirigidas a la destrucción del propio self.


A modo de conclusión, el desarrollo emocional se determina a partir de la respuesta que ofrezcan los cuidadores primarios a las necesidades emocionales de éstos. En este sentido, la experiencia de pérdida de un familiar y/o persona significativa producto de su fallecimiento reactiva la posición depresiva temprana, reavivándose en las capas mentales más profundas los temores de persecución, es decir reaviva la ambivalencia con respecto al objeto primero, por tanto, está perdida produce emociones hostiles que deben ser elaboradas de manera adecuada para que no se encapsulen en sí mismo y se puedan vivenciar acorde con el proceso de duelo normal, ya que cuando el duelo no es elaborado producto de la pérdida del vínculo al sujeto se le imposibilita experimentar sus afectos y emociones de manera tal que pueda expresarlo, así como también comprender los procesos mentales de otros y con ello, comienzan a aparecer síntomas que van desde lo más individual, como el contacto con la experiencia de muerte que le recuerda su propia finitud, como en el caso de la señora H que implica el término de su propia existencia y la de su linaje, a lo interpersonal, teniendo dificultades para relacionarse de manera adecuada con su entorno, puesto a que la modulación y expresión de afectos se ve deteriorada porque no comprenden su propio mundo interno.

Si bien la muerte no es un acontecimiento que podamos vivir, pero si podemos experimentar la muerte de una persona significativa, existe la necesidad de elaborarlo de manera adecuada, para que no se vean afectados los patrones relacionales producto de la pérdida del vínculo afectivo y la falla de los procesos de mentalización, ya que los seres humanos buscan una unión porque es lo que da la vida y lo que permite crear como indica Lucariello, (2012), sin embargo, muchos no son capaces de tener una relación exitosa y esto se debe a que la capacidad de mentalización se ve debilitada en la mayoría de las personas que han experimentado algún trauma como el duelo, en el caso de la señora H que tuvo una niñez marcada por la muerte de sus únicos parientes, es decir sus padres, cuyos apegos fueron desbaratados, primero por figuras parentales no contenedoras e incapaces de leer sus necesidades, segundo por el fallecimiento de sus figuras significativas producto del cáncer afectando su sentido de seguridad, lo que le impide mediatizar sus pensamientos y sentimientos.


Para finalizar dejo un fragmento del poema “La muerte no es nada” de San Agustín, con la finalidad de reflexionar acerca del duelo:


“…. ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vista?… Enjuaga tus lágrimas y no llores si me amas.”

En este fragmento se deja entre ver como el objeto perdido continúa existiendo en el psiquismo, y como se enfrenta a la tarea dolorosa de recuerdos y esperanzas que son activados y sobrecargados, para sustituir el objeto, para que luego el Yo renuncie al objeto, quedando libre de inhibición, recuperando la libertad de su libido, desligándose del objeto perdido.


Referencias

Avila, A. (1990). Psicodinámica de la depresión. anales de psicología, 6 (1), 37-58. España

Cagnoni, F. & Milanese, R. (2010). Cambiar el pasado Superar las experiencias traumáticas con la terapia estratégica. Editorial Herder.

Costábile, D. (2016). “Una mirada desde el psicoanálisis a los procesos de duelo en adultos”. Trabajo final de grado. Montevideo, Uruguay.

Defey, D., Diaz, J., Friedler, R., Nuñez, M., Terra, C. (1997). Duelo por un niño que muere antes de nacer. Montevideo: Prensa Médica Latinoamérica.

Dolto, F. (1985). Hablar de la Muerte (pp.71-94). En Dolto, F. (1985). El niño en la ciudad. Montevideo: Trilce.

Fonagy, P. & Target, M. (2011) ¿Por qué nos hacemos esto? Apego, Trauma y Psicoanálisis. El lugar de encuentro entre psicoanálisis y neurociencia.

Freud, S. (1929). El malestar en la cultura. En Obras Completas Vol. 21, pp. 57-140. Buenos Aires: Amorrortu.

García, S. (2015). El ocultamiento de la muerte hacia la Infancia.

Klein, M. (1940). El duelo y su relación con los estados Maníaco – Depresivos. En Obras Completas. Tomo 2. Buenos Aires: Paidós.

Lucariello, E. (2012). Los tipos de amor y las dimensiones de apego en las mujeres víctimas del maltrato.

McAdams, D. (1988). Poder, Intimidad, y la historia de vida: Investigaciones personales sobre la identidad. New York: Guilford.

Pena, M. (2015). Un estilo de apego inseguro como factor de riesgo en la permanencia de las mujeres víctimas de violencia en su relación con el agresor.

Tizón, J.L. (2004). Pérdida, Pena, Duelo. Vivencias, investigación y Asistencia. Madrid: Paidós

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